
Cada vez que renunciaba, avanzaba un paso en su camino hacia la perfección.
Cumplía ya ventitrés días de ayuno: vivía de agua, agua, agua. El agua la atravesaba. Volvía a salir tan limpia y prácticamente tan fría como había entrado. A continuación, empezaba de nuevo. Era imposible estar más limpia. Se lavaba constantemente, por dentro y por fuera.
Se levantó llena de energía. Se había convertido en una adicta a la fuerza que genera el hambre. Aquel día quería llegar más lejos, pero no sabía cómo.
Antes de entregarse al ayuno total, había iniciado una serie de privaciones y que habían ido aumentando progresivamente. Cada nueva restricción le proporcionaba un placer indescriptible, sensaciones de poder y dominio nunca antes experimentadas. Ahora una amenaza de vacío se cernía sobre ella, ¿de qué más podría prescindir? si dejaba de beber, eso lo sabía, no seguiría viva mucho tiempo. Y era importante seguir viva, no podía morir precisamente ahora, que empezaba a entrever la felicidad.
Bajó las escaleras, entonces vivía en un quinto piso y hacía mucho tiempo que había renunciado al derecho a usar el ascensor. Salió a la calle y echó a andar sin una dirección concreta, huyendo de la sombra: exponiéndose valientemente a la canícula se sentía Juana de Arco.
Se paró delante de un hospital. Había tenido una idea.
"Buenos días. ¿El banco de sangre, por favor?"
¡Medio litro de sangre! ¡Eso! ¡Todavía podía desprenderse de eso! Respondió al cuestionario. Mintió sobre su peso. Tenían tantas ganas de recolectar su sangre, como ella de donarla, sólo así se explica que cuando midieron la densidad de una gota que extrajeron de su dedo, la dieran por buena. Tumbada en la butaca, con la vena perforada se aplicaba en apretar un globo terráqueo de gomaespuma más fuerte, más rápido. Hubiera querido poder ir cada día.
No la dejaron ir sin tomarse al menos un zumo. Volvió a casa corriendo. Intentó subir así las escaleras, pero en el tercer piso notó que se le nublaba la vista y le zumbaban los oídos. Se agarró a la barandilla y se esforzó por llegar al rellano. Sólo dos pisos más ¡Ánimo! aminoró el ritmo, pero no se detuvo. Cuarto piso ¡muy bien! Cotinuó, ciega y sorda. No importaba, conocía el camino. Se desmayó delante de la puerta de su casa y se golpeó la cabeza contra un escalón. Antes de perder el conocimiento, tuvo tiempo de percibir cómo se le humedecía el pelo. ¡Sangre! ¡Sangre! Y se abandonó al éxtasis.
Cumplía ya ventitrés días de ayuno: vivía de agua, agua, agua. El agua la atravesaba. Volvía a salir tan limpia y prácticamente tan fría como había entrado. A continuación, empezaba de nuevo. Era imposible estar más limpia. Se lavaba constantemente, por dentro y por fuera.
Se levantó llena de energía. Se había convertido en una adicta a la fuerza que genera el hambre. Aquel día quería llegar más lejos, pero no sabía cómo.
Antes de entregarse al ayuno total, había iniciado una serie de privaciones y que habían ido aumentando progresivamente. Cada nueva restricción le proporcionaba un placer indescriptible, sensaciones de poder y dominio nunca antes experimentadas. Ahora una amenaza de vacío se cernía sobre ella, ¿de qué más podría prescindir? si dejaba de beber, eso lo sabía, no seguiría viva mucho tiempo. Y era importante seguir viva, no podía morir precisamente ahora, que empezaba a entrever la felicidad.
Bajó las escaleras, entonces vivía en un quinto piso y hacía mucho tiempo que había renunciado al derecho a usar el ascensor. Salió a la calle y echó a andar sin una dirección concreta, huyendo de la sombra: exponiéndose valientemente a la canícula se sentía Juana de Arco.
Se paró delante de un hospital. Había tenido una idea.
"Buenos días. ¿El banco de sangre, por favor?"
¡Medio litro de sangre! ¡Eso! ¡Todavía podía desprenderse de eso! Respondió al cuestionario. Mintió sobre su peso. Tenían tantas ganas de recolectar su sangre, como ella de donarla, sólo así se explica que cuando midieron la densidad de una gota que extrajeron de su dedo, la dieran por buena. Tumbada en la butaca, con la vena perforada se aplicaba en apretar un globo terráqueo de gomaespuma más fuerte, más rápido. Hubiera querido poder ir cada día.
No la dejaron ir sin tomarse al menos un zumo. Volvió a casa corriendo. Intentó subir así las escaleras, pero en el tercer piso notó que se le nublaba la vista y le zumbaban los oídos. Se agarró a la barandilla y se esforzó por llegar al rellano. Sólo dos pisos más ¡Ánimo! aminoró el ritmo, pero no se detuvo. Cuarto piso ¡muy bien! Cotinuó, ciega y sorda. No importaba, conocía el camino. Se desmayó delante de la puerta de su casa y se golpeó la cabeza contra un escalón. Antes de perder el conocimiento, tuvo tiempo de percibir cómo se le humedecía el pelo. ¡Sangre! ¡Sangre! Y se abandonó al éxtasis.