miércoles, 14 de octubre de 2009

Turismo Nocturno

Llegaron el 3 de Septiembre, me acuerdo perfectamente porque ese día Laura empezaba a ir a la guardería. Yo estaba atacada, era la primera vez desde lo de Sergio que iba a quedarme sola en casa y había pasado la noche del mochuelo, como ya venía siendo habitual. Durante aquellas noches de insomnio me gustaba a mirar a la niña mientras dormía, toquetear sus juguetes, oler su ropita, tener conversaciones imaginarias con ella de mayor... No se me hubiera ocurrido planchar, hacer la colada o adelantar cualquier tarea para el día siguiente en aquellas horas: aunque despierta, era tiempo de soñar.

Aquella mañana, después de dejar a la niña en la guardería y pasar por Mercadona, me puse a hacer los armarios altos de la cocina como tenía previsto. Estaba a punto de atacar el esquinero cuando oí llamar. De entrada, no hice caso. No esperaba a nadie y no tenía ganas de que me vendieran ningún ADSL, pero insistían, así que me bajé de la escalera y fui a abrir la puerta.

No estaba preparada. Di un grito y perdí el conocimiento.

Cuando volví en mi, me tranquilizó ver el techo de mi comedor tal y como lo vería si estuviera estirada en mi sofá. Miré a mi alrededor para comprobar que así era y pensé que todo había sido un sueño. Tal vez, me dije, había inhalado demasiado Cillit Bang. Pero no. En seguida vi las dos caras que tanto me habían asustado. Superada la primera impresión, me di cuenta de que lo que había causado de mi terror no era la fealdad de los rostros sinó más bien todo lo contrario: lo que más me inquietaba era no poder señalar exactamente en qué se diferenciaban de uno humano. Poseían figuras alargadas, rostros amables de grandes y dulces ojos, que combinaban los rasgos más característicos de las diferentes razas humanas. Olían a limpio, casi a bebé, sus voces eran amables y me sorprendió comprender su idioma desde el principio, porque era el mismo que el mío.

No perder la calma: tenía los armarios a medio hacer, la comida pendiente y una niña de tres años a la que recoger en su primer día de guardería. ¡Coño! ¡¿Qué hora era?! ¡no tenía ni idea de cuánto rato había estado inconsciente ¿Cómo es lo de las madres separadas, que no tenemos tiempo ni de asombrarnos?
Salté del sillón dispuesta a defendrme si trataban de interponerse en mi camino, y cual fue mi sorpresa al comprobar que no sólo no me molestaron, sinó que cuando llegué a la cocina la encontré inmaculada. Y no estoy hablando sólo de los altillos, no. Todos los rincones estaban impecables, os lo dice la madre de una intrépida criatura gateante ¡Se podía comer en ese suelo!¡Dios mío! si incluso habían puesto "Blanco de España " en las juntas de las baldosas y la campana... ¡la campana! ¡ estaba reluciente!

No entendía nada, pensé que a lo mejor lo habían hecho las criaturas, aunque me parecía una explicación muy rara porque ¿Cuántas probabilidades debe haber de que llamen a tu puerta un par de pseudo-humanos, bastante macizorros (en aquel momento yo ya me olía que me enfrentaba a extraterrestres), que esperan a que te recuperes de una leve indisposición mientras te dejan la cocina como los chorros del oro?

Las otras posibilidades eran que en realidad el Cillit Bang fuera más fuerte de lo que yo me creía o que estuviera teniendo una experiencia paranormal. Lo pensé unos minutos y me decanté por la última opción. De manera que ignoré a las criaturas y decidí que, seguramente, cuando creía estar desmayada había estado en realidad limpiando como una loca. Cosas más raras he hecho. Miré la hora, y como aún me faltaba un rato para ir a buscar a Laura, decidí echar una siesta. Con un poco de suerte, el mayordomo de Tenn se me aparecería en sueños y me levantaría con la casa reluciente.

Dormí como hacía tiempo que no dormía. Soñé que yacía en una playa muy grande, de arena fina y dorada. Alienígenas altos y delgados de grandes ojos me acariciaban el pelo y vigilaban mi sueño. Oía una música hermosa y extraña, me sentía flotar.

Cuando me desperté, las criaturas continuaban en mi comedor. Habían lavado las cortinas, y creí reconocer por el olor el caldo de cocido que hacía mi abuela cuando era pequeña. Imposible. Nunca había sido capaz de reproducir ese aroma aunque mi abuela me había explicado mil veces cómo hacerlo. Me lo había explicado a su manera, eso sí:

"Toas las comías se hasen igual (¿?) yo al cardo le pongo lo que encarta. Si se encarta que tengo un recortillo de jamón, pues se lo echo, o una mijilla de tosino... ¿ A ti no te gustan do o tre garbansillos con el cardo?". (No es que mi abuela fuera Makinavaja, es que era andaluza)

Con lágrimas en los ojos, miré en el mueble-bar. Desde que Sergio se marchó no había vuelto a comprar vino o cerveza, pero tenía una botella de Martini y una de Ginebra, del lote de Navidad o algo así.

Hicimos Dry Martinis y puse un disco de Astrud Gilberto del que ya ni me acordaba. Bebimos, bailamos y reímos, y me fui corriendo a buscar a la niña.

Me extrañó que Laurita no reaccionara ante las visitas. Siempre ha sido my tímida con los desconocidos. En parte es culpa mía, supongo que soy del tipo sobreprotectora. Con esto de la separación me he volcado demasiado en la niña y tal vez le esté arrebatando algo de su independencia egoístamente. Me siento fatal. Hacía un mes que debería dormir solita en su habitación. Creo que era yo la que temía dormir sola, estaba desoyendo los consejos del pediatra...

¿Qué coño estoy diciendo? Contenta debería estar de que se lo tomara tan bien... Al fin y al cabo, los niños aceptan las cosas con más facilidad que los adultos... ¡Como si nada, oye! Supongo que de alguna manera me gustaba que la niña sólo quisiera estar conmigo...

La dejé jugando, me puse algo más cómodo y entablé conversación con mis dos nuevos amigos: Naipe, el más joven y Peseta, el jefe de la misión.

Venían desde muy lejos para conocer y comprender mejor a las familias humanas, y habían elegido la mía para convivir, colaborar y aprender, si es que eran bien recibidos. No era una decisión fácil. Requería sopesar un sinfín de pros y contras, de dilemas morales que no me incluían sólo a mí: ¿tenía yo derecho a exponer a mi hija a un trauma o un peligro potencial semejante? ¿No podríamos ser, mi hija y yo, víctimas y cómplices de unos aliens que tuvieran planeado conquistar la Tierra? Incluso si no fuera así, ¿No podían Naipe y Peseta ser portadores de extraños virus que pusieran en peligro la vida de mi hijita?... Por otro lado ¿Tenía derecho a privarla de una experiencia de esta magnitud?

Me gustaría poder decir que me lo pensé dos veces, pero no fue así. Mirando atrás, la decisión simplemente fue tomada de forma natural. Se ganaron mi confianza, y en seguida me sentí como si siempre hubiesen estado allí... formaban parte de mi casa, de mi vida, de la vida de mi hija...

Y pasaron los días y los meses. Ya os lo he dicho, nos acostumbramos rapidísimo a la nueva convivencia. Tuve que reconocer lo que hasta entonces me esforzaba en negar: que la compañía de una niña de 2 años no es suficiente para una mujer adulta. Y poco estos seres y yo nos fuimos acercando y acercando.

El primero en dormir en mi cama fue Peseta. Apenas dos noches despues de su llegada. Mi hija dormía en su cama. Nunca más volvió a dormir conmigo. Aquella noche habíamos bebido. Yo les había explicado mi fracaso sentimental, me sentía sola. Le pedí que viniera a dormir conmigo. Estaba emocionado, yo también: Hacía tanto tiempo... me acerqué y le acaricié la cara de guapo. Cada vez me parecía más guapo. Me lancé a sus brazos ansiosa, desesperada. Flipó.

En unas semanas me había convertido en la esposa de los dos. Observábamos a la niña, nos preparábamos el café de la mañana los unos a los otros, hablábamos horas y horas durante todas las noches: de su mundo o del mío, hacíamos el amor sin respetar turnos ni reglas, jugábamos, escuchábamos música... Fuimos felices durante unos meses.

Sin embargo el equilibrio se rompía. Por razones obvias, ellos no podían salir, y yo, empecé a salir cada vez menos. La niña se ahogaba: de la guarde a casa. Yo no tenía ganas de llevarla al paque, o de excurión. La quería siempre conmigo, con nosotros. Porque quería mantener la ilusión de idilio del principio que ya no se aguantaba. La niña estaba rara. No hablaba casi, tenía celos de mis compañeros: los ignoraba completamente.

Yo empecé a aislarme, también por razones obvias. Mi vida estaba dentro de ese piso, no necesitaba nada, ni a nadie más ¡Todo lo contrario!. No veía ni a mi madre, ni a mis amigos. ¿Quién iba a entender lo que me pasaba? Los que me entendían ya vivían conmigo. Saqué a la niña de la guardería. Tenía miedo... ¿Cómo iba a dejar a nadie entrar en casa? Empezaron a acosarme, la primera, mi madre.
No lo sé seguro, pero creo que, en parte, lo que ha pasado es culpa suya.

Estaba planeando el viaje en secreto hacía tiempo. Aquella situación era insoportable, todos necesitábamos aire fresco. Además, ¿no es absurdo venir desde tan lejos para luego no salir de un piso de 70 m2? Quería que fuera una una sorpresa para celebrar el tercer cumpleaños de Laura, pero la cosa se precipitó. Un día, llamó Sergio. Quería ver a la niña ¡hacía tanto tiempo!. ¿Qué quieres que te diga? con tanto trajín yo ya me había olvidado hasta de que Laura tenía un padre. O un padre humano, por lo menos. Le fui dando largas hasta que me llamó con amenazas. Confieso que Sergio me sigue dando miedo, así que adelantamos el viaje una semana. Bautizamos la aventura: "Turismo Nocturno."


El destino de nuestro viaje era Isla, una pequeña población costera en la bahía de Laredo cerca de la cual mi padre tenía una minúscula pesquera. No era un sitio de moda, no había casas cerca y seguramente podríamos disfrutar del aire fresco y de la playa.


¡Hacía tanto tiempo que no conducía! Me sorprendí a mi misma, y a la vez, me sentí atractiva y poderosa alquilando la furgoneta. La niña estaba con Naipe y Peseta, me moría de ganas de dar una vuelta y pensé en visitar a mi madre, en despedirme de ella por un tiempo. ¡Maldita la hora!

Cuando volví a casa, Naipe y Peseta se habían ido. Sergio era el que estaba con mi hija, gritando, asustándola, acusándome de haberla dejado sola, insultándome... La niña lloraba. Yo también me puse nerviosa, también grité. Decía que iba a quitarme a la niña, y eso si que no, ¿entiendes? yo estaba en la entrada y cogí un paraguas, de esos grandes, con el mango de madera. Pensé que si le daba con todas mis fuerzas... Cogí impulso, pero me quitó el paraguas y me dio un bofetón. A todo esto, alguien había llamado a la policía, a una ambulancia y a mi madre y yo gritaba y llamaba a Naipe y a Peseta para que viniesen en mi ayuda ¿Dónde carajo se habían metido? La madre que los parió...Confusión. Dos tíos grandes que entran en mi casa. Que me separan de Laura a la fuerza. Forcejeo. La niña llora. Yo lloro aún más. Grito. La niña también grita. Pataleamos. Me meten en el ascensor a la fuerza. Me resisto como un gato. ¡Creo que me han roto un brazo , joder!¡Hijos de puta! Grito con toda mi alma ¡Te voy a matar, cabrón! La próxima vez... No sé, debo haberme dormido... No lo entiendo...


Me he despertado en un hospital, ya verás cuando mis amigos me saquen de aquí. Se van a enterar. ..¡Me las pagarán! ¡Cabroneeees!

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