lunes, 17 de agosto de 2009

Ocho Horas

Ese tío es muy raro. Yo digo que es gay... como si lo viera, vamos.

Tenía la voz muy finita y era extremadamente pulcro: siempre tan relimpio él, olía a jabón y a After Shave. Yo empezaba a trabajar a las 7, él a las 9.

Éramos muy modernos. Leíamos revistas de modernos. Nos mirábamos de esquinilla, controlábamos nuestras indumentarias respectivas. Yo tenía novio, entonces. Muy moderno, también. Éramos de los que llevan gafas, las necesiten o no, viajan regularmente a Londres, van a festivales de música independiente, leen fanzines... esas cosas.
Llevaba la misma Harrington azul que mi chico, me fijé porque era muy rara. Un día nos pusimos a hablar: a los dos nos había gustado La Conjura de los Necios. Estudiaba música y tocaba en un grupo, yo estudiaba también: quería ser actriz.

Íbamos a desayunar en los descansos, con sus amigos y mis amigas. Caminábamos todos juntos hasta el metro a la salida. Hablábamos de discos (de vinilo, por supuesto), de películas, de proyectos... me hacía reír todo el tiempo.
Una noche soñé con él. Yo estaba paseando y me robaban los zapatos y no podía caminar y entonces me lo encontraba y le contaba lo que me había pasado y él tenía unas zapatillas que yo podía llevar y me sentía mejor... y cuando me desperté, me di cuenta de que no hacía más que pensar en él.. y miré al que dormía a mi lado y no supe que hacer. Y no hice nada. Durante las semanas que siguieron estuve jugando. E-mail va, e-mail viene. No quería reconocer que algo estaba pasando, pero es que algo estaba pasando.

Ocho horas, todos los días, primero esperando el descanso; luego, esperando el camino hasta el metro.

Y un día recibí un mensaje. Mi novio, decía que estaba harto de mí. Que creía que le estaba engañando. Tenía razón, pero lo negué, claro: no era lo que él estaba pensando. Dio igual, aquello fue el final. Lloré mucho, pero me quité un peso de encima.

Nos envíabamos mensajes. Íbamos a ir al cine cuando yo acabase mis exámenes. Pero no fuimos al cine. Nos quedamos toda la tarde en un bar. Bueno, en dos bares. Hablando, bebiendo, mirándonos a los ojos sólo de vez en cuando, en repentinos alardes de coraje, siendo ingeniosos y encantadores con todas nuestras fuerzas. Mi casa no estaba lejos. Fuimos caminando. Me acompañó hasta el portal ¿infantil? éramos así. Me abrazó y me besó en la boca, despacio, despacio.

Al día siguiente lo mismo: ocho horas de miradas con descanso para un café rodeados de gente y un besito robado en el ascensor, ahora que nadie nos ve.

1 comentario:

  1. Esta historia es preciosa!
    Como somos los humanos que sólo hablamos de infifelidad carnal y los otros tipos de infidelidad las aguantamos porque es una hipótesis o una idea no palpable.
    Me encanta tu estilo!
    Besos

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